No me gusta escribir de partidas, despedidas o afines; más me gusta evocar encuentros, de esos hallazgos inesperados que nos cambian para bien la vida.
Recuerdo que era una noche lluviosa de invierno, regresaba de trabajar con mi esposo y él a lo lejos escuchó tu voz, pidiendo ayuda y quejándote por el frío. Seguro habrías escapado de tu hogar o alguien que no pensó en lo que hacía, te abandonó.
Mi esposo no dudó ni un instante en entrar al terreno baldío para rescatarte y protegerte de la fuerte lluvia. Te apretó contra su pecho y fuimos corriendo hasta casa. Ahí nos vimos por primera vez, tenías una expresión de sosiego, agradecimiento y hambre. Así que te alimentamos.
Ya teníamos a alguien más de tu especie en casa, era alguien muy territorial, así que no te dio la bienvenida como esperábamos. Dejó muy en claro, que no sería fácil ganar su amistad y mucho menos poder pasar tiempo juntos.
La primera noche tuviste que dormir a mi lado derecho, mientras que mi otro fiel compañero durmió al lado izquierdo.
Te adaptaste fácil a tu nuevo hogar y te tomaron pocos días hacer amistad con tu par gruñón. En las noches no dejaban de corretear y hacer travesuras. Cuando se cansaban, venían a la habitación y buscaban un espacio para dormir juntos bien apapachados.
Siempre fuiste alguien que requirió más de mi atención. Los primeros meses juntos te enfermaste y tuvimos que ir varias veces al veterinario, darte tus medicinas y procurar que te pongas bien. La verdad me encantaba estar pendiente de ti porque tú hacías lo mismo por mí.
Habían días en los cuales las cosas no resultaban como esperaba, solía frustrarme fácilmente y solo quería tirar la toalla. Entonces tú venías a mis piernas, me acariciabas y te acostabas. No te levantabas hasta verme mejor y solo ahí, te sentabas a mi lado y esperabas a que yo te acaricie.
También eres un buen compañero. Los días en que no sabía lidiar con mi soledad, ahí estabas tú haciendo gracias en el piso, mostrándome tu cola y esperando a que te acaricie. Otros días estabas correteando por la casa, esperando que yo te persiga. O simplemente venías nuevamente a descansar sobre mis piernas y transmitirme tu tranquilidad.
Eres un ser sin igual. Creo que pocos como tú aman ver los documentales de animales. Te quedabas mirando vídeos del mar, de la selva y de dinosaurios. Eso es algo que siempre me sacará una sonrisa.
Sabes como adaptarte a las circunstancias. Cuando mi primera hija llegó a nuestras vidas, tú ya le hacías compañía desde la pancita, cuando te acurrucabas a mi lado. Luego que nació, morías por verla y compartir tiempo con ella. Pasaron algunos meses para que recién pudieran interactuar. Eres una mascota que le gusta jugar con los niños, pero al mismo tiempo sabías mantener tu espacio.
Así mismo fuiste con mi segunda hija, solo que ella no pudo jugar mucho tiempo contigo porque es muy pequeña y, aunque le gustaba apachurarte y jalarte la cola, tú paciente solo le seguías el juego.
Nos acompañaste en muchas aventuras, aguantaste horas de viaje para mantenernos juntos y siempre buscabas darnos cariño.
No puedo estar cerca de ti ahora y decirte estas cosas mientras te acaricio. No sabes cuánto me gustaría abrazarte una vez más y quedarnos dormidos como hace algunos años, sin pensar en nada y solo disfrutar ese momento.
Llegaste a mi vida sin esperarlo y ahora hay una fecha en la que yo no estarás más junto a mí. Me duele mucho decirte adiós, pero soy feliz por el tiempo que pasamos juntos y te agradezco por ser más que una mascota en mi vida, por demostrar que todos podemos dar y merecer cariño, por hacer mucho más valiosa esa conexión con la naturaleza.
Te quiero y siempre serás mi gatito Jamie.